Capitulo primero

MI INFANCIA

Otra noche más, en las que me despierto, como a las tres de la madrugada, doy vueltas en la cama y termino bajando a la cocina, calentar medio vasito de leche en el micro-ondas para tomármela templadita.

En eso me viene a la mente, los vasos de leche que bebía cuando era pequeña, me sabían a gloria. Retrocedo a los años cincuenta. Es lo primero que recuerdo, cuando mis padres tenían una pequeña lechería y panadería, en la plaza de Cervantes de Alcalá de Henares.

El local no era muy grande, de frente a la derecha había una puerta que daba a un pequeña trastienda, entrando a la izquierda, un gran pilón que llenaban de agua y barras de hielo, donde sumergían unas enormes garrafas de aluminio llenas de leche recién ordeñada que nos traían diariamente así se mantenía fresca, casi todo el día.

Por otro lado también nos traían cestos con pan y todo esto casi de madrugada, por esta razón en estos años recuerdo que mi padre madrugaba mucho y a no tardar mucho dejarían la lechería y panadería, para dedicarse más a fondo con la librería y el cambio de novelas.

Volviendo a la lechería, también recuerdo que algunas personas venían a tomarse un vaso de leche fresquita, natural y sin hervir.

Los boxeadores solían ser los mejores clientes y bebedores de leche. Mis padres muchas veces no les cobraban los vasos que se bebían y luego ellos solían llevarles entradas para las veladas de boxeo.

Foto: Mi madre, una clienta, mi amigo Antoñito y yo escondida detrás. Local de la panadería y lechería.

Por entonces mis padres vendían pan y leche y tenían cambio de novelas, en otro local muy pequeño al otro lado del pasillo del portal, que daba paso a las viviendas del edificio donde vivíamos.

En los ratos libres mi madre cogía puntos de medias con una maquinita eléctrica que se había comprado. En la puerta del local pequeño mi padre le había pintado un cartel, con una señora y una bonita pierna, diciendo ¡Que fastidio se me ha escapado un punto en la media, pero no me importa aquí me lo arreglaran ora mirándose una.

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Aquí mi padre en el “Cambio de novelas”.

Al fondo del portal había un gran patio interior; con viviendas en planta baja y en el primer piso. En una de estas viviendas de la planta baja, vivía el después famoso, Pablito Calvo, un día nos dio la sorpresa diciéndonos que se marchaba para hacer cine, he hizo la película Marcelino Pan y Vino .

Por aquella fecha Pablito, era un niño tranquilo, discreto y con carita de bueno, como lo reflejaron perfectamente en la película.

Éramos un grupo de amigos que estaba formado, por cuatro o cinco vecinos del patio. Aunque mis recuerdos, siempre son de Antoñito Prieto, pues Pablito enseguida se marcho a vivir a otro sitio y nos quedamos Antoñito y yo como compañeros de fechorías, ya que éste era más travieso; más de mi estilo y mi mejor amigo.

Aunque de los juegos no recuerdo ninguno; recuerdo perfectamente, en unas ferias, cuando todas las atracciones se instalaban en la plaza de Cervantes.

Entre las instalaciones, montaron un enorme Tobogán, como de cuatro pisos de alto, justo frente al casino. Tan atractivo como inestable, ya que la subida era por una escalera de caracol de peldaños estrechos y de madera muy gastados y la bajada, también en caracol, en un pasillito deslizante en láminas también de madera.

No sé de quién surgió la brillante idea de subir los dos solos al famoso tobogán, pero con nuestros cinco o seis años, estábamos allí escalera para arriba, iniciando la larga subida a la cima.

A los pocos metros, descubrí una sensación horrible de vértigo, recuerdo estar muerta de miedo, ya no podíamos retroceder, pues el pasillo era muy estrecho, y venía gente subiendo detrás de nosotros.

Antoñito con cariño me decía, que no tuviera miedo y no mirara para detrás, ni para abajo y que no pasaría nada. Si la subida fue horrible, cuando llegué arriba, aquel sitio altísimo y moviéndose, me agarre a la barandilla y no quería ni mover-me y mucho menos bajar por aquel pasillito

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  Bailando con mi amigo Antoñito 

Al final después de dudarlo mucho, viendo que la gente empezaba a acumularse en la plataforma y no tenía otra manera de bajar de allí,me senté sobre un trocito de alfombra y me deslicé por el tobogán, por el camino y con el roce perdí la alfombrilla en la que me había sentado, arañándome con las astillitas de las maderas piernas y muslos, todo lo que salía de mis braguitas por la parte del culete, delante de mí y para frenarme se puso Antoñito para que no me embalara demasiado, pues bajábamos muy deprisa por el largo y estrecho pasillo.

Los mayores detrás, chillando, riéndose y yo por otro lado, tanto la subida como la bajada lo hice medio llorando, aunque mi héroe trataba de tranquilizarme por todos los medios.

Los laterales y el suelo me arañaban piernas, brazos, culo y demás, sobre todo en las curvas, pues las maderas no casaban demasiado bien y muchas estaban astilladas por el roce y los años.

Pero, ¿cuál fue nuestra sorpresa? Al ver en la recta final, de la llegada, a mi padre esperándonos, con una cara de pocos amigos impresionante y termino de arreglarme el culo con unos buenos azotes, que me dolieron mucho más por estar mi amigo delante, aparte de tener el culo dolorido.

De los azotes se libro Antoñito por no estar allí sus padres, pero creo que también le castigaron mucho.

Al parecer estuvieron buscándonos durante mucho rato, hasta que a lo lejos, nos vieron subiendo por la escalera del tobogán.

Naturalmente el castigo fue proporcional a la fechoría, pero seguiríamos reuniéndonos después del colegio para jugar y hacer trastadas inventadas por los dos

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Y menos mal que no íbamos al mismo colegio

Vivíamos en un primer piso situado encima del comercio, tenía un pasillo, a la izquierda, según se entraba a la vivienda. Este pasillo tenía una ventana corrida, tipo galería, que daba al patio interior de la casa, donde nos reuníamos para jugar.

Al final del pasillo; o galería el comedor, a la derecha del pasillo, la habitación de mis padres y en el comedor, enfrente la puerta de la cocina, con una ventana al patio.

Yo dormía en una camita, en la habitación de mis padres, bajo la ventana que daba a la galería, recuerdo esa ventana en un par de ocasiones.

La primera fue, en una de las visitas del médico, que me encontraba mal, tenía unas famosas anginas, que solía coger muy a menudo y con mucha fiebre; justo bajo la ventana, en el pasillo, el médico explicaba a mi padre, la necesidad de cambiarme de aires durante unos días, de lo contrario me costaría mucho recuperarme.

Eran demasiado frecuentes los catarros y anginas, el cambio de aires a veces era muy efectivo en los niños de mi edad.

Con la fiebre tan alta que tenía y sin poder casi ni comer, ni respirar, de lo mal que tenia la garganta, creía que me estaba muriendo.

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              Con mi tío Juan y su amigo Fernando, Burgos

A los pocos días y sin estar del todo curada, mi padre y yo salimos de viaje. Nos fuimos a Burgos para cambiar de aires y allí aprovechamos para visitar a mi tío Juan, que estaba en la cárcel de Burgos como preso político, desde finales de la guerra de España.

Volví a visitar en muchas ocasiones a mi tío en la cárcel, en aquellos años, sólo podían entrar en las cárceles, los niños de los familiares, para pasar un día con ellos, siempre, en fechas muy señaladas y era una gran fiesta para ellos, poder tener a los hijos, sobrinos y demás con ellos, aunque solo fuera durante unas horas.

Era increíble con el cariño que mi tío y sus compañeros nos recibían, nos hacían una gran fiesta y cuando salíamos llevábamos recuerdos y regalos, para toda la familia.

Casi todas las cosas estaban fabricadas por ellos en la cárcel recuerdo que hacían bordados, pintaban cuadros y hasta había escritores, pero estos al parecer estaban muy controlados y no podían sacar nada de lo que escribían, yo aún conservo dos cuadritos de recuerdo que me dio uno de los amigos de mi tío Juan y le guardo con mucho cariño. Todo tenía un riguroso control al pasar por la salida, casi hasta el punto de desmontar los regalos.

Estando en la cárcel mi tío Juan conoció a la que sería su mujer Asunción y allí mismo se casaron.

A la boda fue casi toda la familia, por parte de mi padre, aunque de esta boda yo no recuerdo mucho, era muy pequeña y no debieron de hacer fiesta que era lo que a mí me gustaba.

Realmente no sabían cuantos años seguiría aun mi tío en la cárcel, también recuerdo que mi familia comentaba, con mucho cariño que mi tía Asunción, procuraba buscar trabajo en las ciudades cerca de donde tenían a mi tío preso, para visitarlo siempre que se lo permitían, me imagino que esto le resultaría muy agradable y más llevaderos los que le tuvieron preso.

El segundo recuerdo que tengo de la famosa ventana del pasillo de la habitación, fue el último año de Reyes Magos que pasamos en Alcalá.

Como siempre me aconsejaban mis padres, acostarme lo antes posible, para que los Reyes me pillaran dormidita y así lo hice.

Planearon, que ese año el tío Salvador viniera disfrazado de Rey Mago.

Tenía que venir para traerme los regalos, pero llegó un poco pronto y yo aun no me había dormido.

Entró con una voz grave preguntando por mí, yo me levante, mire por la ventana y me lo encontré de cara, con todo su atuendo de Rey Mago, casi me desmayo del susto y de nuevo me metí en le cama y me tape la cabeza.

Venia cargado de paquetes y de juguetes, interesándose por mi comportamiento y mis estudios, haciendo perfectamente su papel.

Aunque lo negaban cuando lo preguntaba, siempre he creído que fue mi tío Salvador, el que hizo de Rey Mago en esa ocasión, aunque nunca me lo ha confirmado, ya que en esa época cuidaba de mí en muchas ocasiones, mientras mis padres atendían la librería que cada vez tenía más clientes.

Me contaron en varias ocasiones, que al día siguiente, cuando me desperté al ver aquella cantidad de juguetes, me puse a llorar desconsoladamente, no era justo tantos regalos para mi sola y encima estaba despierta cuando él Rey Mago vino para traerme los regalos.

Vestida de Ángel para el colegio.

Para las procesiones de las comuniones, de las escolapias, nos hacían vestirnos de angelitos las que no hacíamos la comunión y acompañábamos en la procesión y en la Iglesia.

El vestido lógicamente me lo hizo mi madre, de raso azul bordado con hilitos dorados y estrellitas doradas, con alas y todo, decían que era el más bonito de todos

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Con una amiga en la Plaza

Aquellos últimos años en Alcalá, los negocios de mis padres, hicieron un cambio importante. El local pequeño del cambio de novelas, paso a ser una tienda de chucherías que se llamaba “ Bambi ” para poderla traspasar a los pocos meses y recuperar un poco de dinero.

La traspasaron con mucha facilidad a una señora viuda, la señora Pura , una señora mayor que la conservo y mantuvo mucho tiempo funcionando.

El local de la lechería, que era el más grande lo arregló y acondicionaron con el dinero del traspaso y lo dedicaron a librería y cambio de novelas y así mi madre ayudaba a mi padre, que cada día tenía más clientes y ampliaba continuamente las existencias y el cambio de novelas.

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Mi padre y mi madre

Cuando la señora pura falleció, cerraron la tienda de chucherías y actualmente sigue cerrada pero sobre la puerta sigue el cartel, que mi padre pinto, con “ Bambi” .

La librería Cervantes , fue una novedad en aquellos tiempos, con “Cambio de novelas y tebeos” y la política de mi padre era de no tener para el cambio ninguna novela ni tebeo que estuviera roto, deteriorado, demasiado viejo o muy usado.

Si el cliente lo traía en estas condiciones, delante de él lo rompía y lo tiraba directamente a la basura, dándole a escoger entre los que tenía dedicados al cambio y que estaban casi nuevos 

Con este sistema que utilizaba, tanto con los tebeos, como con las novelas pronto se hizo con una gran clientela fija, decía que era mucho más agradable para el lector de esta manera y no tener entre manos novelas viejas y sucias.

Compraba partidas de novelas y tebeos un poco más antiguos a las editoriales a muy buen precio y sólo perdía el pequeño coste de la novela, siempre decía: vale la pena invertir en el coste de una novela, para así ganar un buen cliente, durante mucho tiempo.

El negocio cada día era mejor y más rentable, por lo que mi madre también tuvo que atenderlo, incluso yo cuando salía del colegio. Estaba deseando cambiar tebeos, también mi tío materno Salvador, cuidaba de mí y jugaba conmigo.

Fueron unos años muy agradables, de los que tengo recuerdos que me resultan imprescindibles reflejar en mi libro, sobre todo teniendo en cuenta que muchas de las personas que participan en ellos, aun puedo disfrutar de su presencia y puedo visitar de cuando en cuando.

Creo que muchas personas no valoran lo suficiente, la importancia de poder disfrutar de la convivencia y la compañía de las personas que un día dejan de existir, sin previo aviso y de pronto te das cuenta que ya no puedes retroceder y no puedes recuperar lo que tenias a mano y no apreciabas, por más empeño o cantidad de dinero que tengas.

Creo que una parte muy importante, en la evolución de mis padres en los negocios, era la gran habilidad de mi padre para todo tipo de trabajo manual y la gran inteligencia que tenía, además de no tener nunca pereza para hacer las cosas.

No tuvo pereza para cambiar de un local al otro y llenar en poco tiempo las paredes de perfectas estanterías, mostradores, fachada y escaparates los cuales en la actualidad se pueden apreciar, por estar protegidos como lo está todo en la plaza Cervantes , puedo ir de vez en cuando y disfrutar viendo el trabajo de mi padre en la fachada de la librería, que ahora es una relojería.  

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Foto: Mis padres en el primer cambio de novelas, después fue tienda de chucherías. 

MI COLEGIO DE MONJAS.

En esos años era el de las Escolapias , aunque anteriormente recuerdo también haber estado, unos años en las Filipenses .

Creo que el cambio fue, por la cercanía del colegio ya que a las Escolapias yo podía ir sola, por estar muy cerca de mí casa.

Recuerdo que mi abuelo materno, Julio, que toda la vida le recuerdo como guardia de tráfico y zapatero en los ratos libres, solía pedir como destino la esquina del único cruce, que tenia para llegar al colegio, así estaba pendiente de verme llegar, para ayudarme a cruzar la calle y acompañarme hasta la puerta del colegio que se encontraba justo en la calle detrás de la plaza, al principio los niños me preguntaron, porque me llevaba un guardia al colegio.

Recuerdo que siempre a cambio de un beso, me daba unos céntimos para comprar un pizarrín y casi todos los días extrañado me preguntaba ¿pero chiquilla qué haces con ellos? yo le respondía que me los quitaban, o los perdía cuando volvía a casa, la verdad era que me los comía en clase, a escondidas de la monja de turno, no me resultaba demasiado difícil conseguir que no me vieran, ya que por razones ajenas a mi voluntad, siempre estaba en la última fila de mesas, con lo que las monjas pasaban de mí y yo de ellas, siempre me decían que no era demasiado inteligente, porque no las prestaba atención, para nada.

El uniforme era azul marino, falda plisada, cuello blanco con puntillitas (que siempre molestaban y hacían cosquillas) y abrigo y sombrero para el invierno, también marino. De la confección del mío se ocupaba mi madre, siempre perfecto, según comentaban las monjas.

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    Foto: Con mis padres  el tío Antonio y mi tío Salvador, en el rio Henares, Alcalá.

Con mis seis años aproximadamente era como muchos niños, bastante golosa y muy poco comilona, me gustaban sobre todo los helados.

Una tarde de verano, en las terrazas que instalaban los bares en la acera junto a la librería, se encontraba sentada junto a otras personas, una señora que llamaban “la Chata“. Una importante enfermedad la había dejado sin nariz, con los orificios nasales a la vista, así como los dientes de arriba por tener el labio superior deformado.

Me fije que estaba comiéndose a chupetones y lengüetazos un delicioso y fresquito helado y allí me plante yo, a su lado, a mirar como lo saboreaba, al parecer, con cara de envidia.

Cuando llevaba casi la mitad comido y yo mirando me preguntó ¿quieres un poquito? a lo que yo muy contenta respondí que sí, me paso lo que quedaba, un cucurucho todo chupado y dentro quedaba muy poquito de helado también chupeteado, pero yo, rápidamente lo empiece a chupar, también como ella.

A la tercera lengüetada me dieron una bofetada de frente que me entró el poco helado que quedaba, por la nariz, ojos, boca y orejas. Era mi madre que me vio desde la librería y no le dio tiempo a llegar antes de la primera chupada. Sin decir nada más, me cogió del brazo y me llevo dentro de la librería, para pegarme una soberana bronca y un par de azotes para completar.

Mi padre siempre comentó, que la bofetada y la bronca, se la tenían que haber pegado a la Chata y no a mí, pero realmente la que tenía que aprender, era yo y realmente nunca lo he olvidado.