Capitulo decimoctavo

 

EL ACCIDENTADO VIAJE DE NOVIOS

 

Al día siguiente con el coche cargado fuimos a despedirnos de los respectivos padres y salimos de viaje hacia Marrakech (Marruecos), que era donde Andrés quería ir desde que hizo la mili en Ceuta.

El primer día hicimos el viaje de Alcalá a Cádiz y dormimos en la tacita de Plata.

Por la mañana salimos para Algeciras a coger el barco hacía Marruecos.

Salimos temprano por si teníamos problemas con el embarque del coche.

A las nueve de la mañana aproximadamente y a la altura de Tarifa, patino el coche y dimos vuelta y media de campana, quedándonos con las ruedas hacia arriba, con el cinturón puesto sujetos al asiento del coche y la cara casi pegada al techo lleno de cristales rotos.

Cuando conseguimos, enterarnos de lo que nos había pasado y estábamos bien los dos, tratamos de soltarnos de los cinturones de seguridad y salir como pudimos del coche.

Comprobamos que la maleta estaba a unos cien metros más atrás y en medio de la carretera, además de muchas cosas nuestras, tiradas por la carretera recogimos lo que pudimos, y cuando paso un coche y paro para ver lo que necesitábamos, nos dijeron que avisarían a la policía.

Enseguida vino la policía y nos llevaron a un centro médico.

Una grúa se llevo el coche a un garaje para arreglarlo, la luna delantera y trasera se habían roto, las tuvieron que pedir a Madrid y esperar que se las enviaran.

Tardaron una semana en llegar, con lo que pasamos casi toda la luna de miel en una pensión de Tarifa.

Nos casamos en Octubre, por lo que ya no hacía tiempo de playa y lo único que podíamos hacer era pasear comer y poco más.

El cine cambiaba de película una vez a la semana, estuvimos casi dos semanas en total y solo pudimos ir dos días al cine y en la pensión no tenían televisión.

Descubrimos una pastelería que hacían unos pasteles riquísimos, sobretodo el “tocinito del cielo” y lo incluimos en nuestro itinerario, rutinario.

Por fin nos dieron el coche y nos cobraron por la reparación los pocos ahorros que teníamos.

Empaquetamos los trastos de la pensión y al día siguiente salimos de nuevo hacia Algeciras, para embarcarnos y esta vez, sí que lo conseguimos, pero ya no embarcamos el coche.

Nos habíamos gastado el dinero del viaje, en el arreglo del coche y solo nos quedaba para pasar unos días en Ceuta y comprar algunas cositas.

Dejamos el coche en un aparcamiento del puerto de Algeciras y nos embarcamos para cruzar a Ceuta.

Cuando llegamos, buscamos alojamiento y después de instalarnos, salimos para dar un paseo, también busque donde había una peluquería para ir después de comer.

Andrés me llevo a un comedor de pueblo muy casero, que él solía ir algunas veces cuando estuvo haciendo la mili, al principio me pareció demasiado sencillo y solitario, dude que pudiéramos comer bien.

Pedimos almejas a la marinera y un centollo. Fue lo más sabroso que había comido en mi vida y lo acompañamos con un par de botellas de diamante muy frías, las almejas picaban un poquito y al parecer yo me bebía él vino como si fuera agua fresquita en un día de calor.

Salí tan contenta y satisfecha de la comida, que comente a Andrés que repetiríamos todos los días y al pasar por detrás del dueño que estaba sirviendo otra mesa, le di una palmada bastante exagerada en la espalda mientras le decía “todo riquísimo jefe y mañana volvemos para comer lo mismo”, me miro sonrió y nos dio las gracias.

A medida que nos acercábamos a la peluquería, me empecé a encontrar mal y le dije a Andrés que prefería dejar la peluquería para el día siguiente y marcharnos a la pensión a reposar un ratito.

Cada vez me encontraba peor y cuando llegamos a la pensión, me tumbe en la cama, con una pena tan grande que me puse a llorar desconsoladamente.

Recordaba el accidente de coche en el que podíamos habernos matado, el plantón de José Luis a quien no pensaba perdonar, ni dirigirle la palabra en toda mi vida y todas esas cosas que uno tiene que pensar para sentirse mal, cuando ha cogido una borrachera de aúpa y que para mí era la primera vez.

Hice que Andrés me prometiera en varias ocasiones que al día siguiente nos volvíamos para casa.

Cosa que no pudimos hacer pues me desperté con la resaca correspondiente y el dolor de cabeza que la acompaña, no me pude mover de la cama en todo el día.

Cuando conseguí que se me pasara la resaca, seguimos pasando unos días muy agradables en Ceuta. Andrés recordaba los sitios donde había estado hacia muy poco tiempo.

En el periodo de la mili de Andrés en Ceuta, se puso en contacto con algunos hindús que eran los dueños de las tiendas de regalos, aparatos de radio, magnetofones y demás.

Les pregunto ¿si tenían aparatos con problemas de funcionamiento? él trataría de arreglarlos.

Le dieron una caja llena para probar si sabía realmente repararlos y los arreglo casi todos, cuándo los llevo de nuevo a la tienda se pusieron muy contentos, ajustaron el precio de los arreglos y le dieron otra caja más, los que no tenían arreglo los utilizaba como piezas de recambio.

Como era de telecomunicaciones hizo la mili en la central telefónica militar y teniendo en cuenta que necesitaba tiempo para hacer los arreglos, pensó que si hacia las guardias nocturnas, incluso las de algunos compañeros, aparte de pagarle por ello aprovecharía para arreglar los aparatos por la noche durante las guardias y además se ahorraría muchos servicios de día.

En poco tiempo ya estaba organizado, y además ganando dinero.

Pocos días después ya le traían las cajas los empleados de las tiendas directamente y entraban al cuartel los Hindúes, preguntando por el técnico de los arreglos.

Arreglo una de las que mejor se oía y le serbia para tener música toda la noche.

En otra ocasión le propuso al encargado de la cantina de hacerle un gran cuadro en pirograbado y poner algunos de los compañeros como personajes en el cuadro.

Le encanto la idea, mando que le compraran una madera grande como una puerta y empezó a dibujar y pirograbar.

Los modelos posaban muy gustosos, compañeros cabos y los que lo pidieran.

Cuando preguntaban ¿donde está Calabia? Respondían está haciendo el cuadro “vale entonces no le llames y que siga” con este rollo también se ahorro muchos malos ratos.

Un día paseando encontró una pista de Básquet donde estaban unas jóvenes jugando y pregunto si podía jugar un partidillo con ellas, no las hizo mucha gracia porque iba de recluta pero le aceptaron.

Poco tiempo después con aquellas chicas formo un equipo, el cual entrenaba algunos días a la semana y que casualmente había alguna de las hijas de los jefazos del cuartel.

Por supuesto tampoco tenía problemas con los permisos para ir a entrenar a las nenas de los jefes.

Los días que hacia mal tiempo hacían clases de teoría en las cafeterías.

Los compañeros se los quedaban mirando con cara de envidia, cuando le veían rodeado de jovencitas quinceañeras.

Fue muy agradable compartir todos aquellos recuerdos, aunque fueran de la mili.

Compramos algunos regalitos a los Moros y los hindús y volvimos a embarcarnos para volver a casa.

El viaje que hicimos de Málaga a Madrid, el tramo hasta llegar a Córdoba lo hicimos de tarde a noche, no conocíamos la carretera aunque nos habían dicho que había muchas curvas en casi todo el viaje, de pronto empezó a llover y no veíamos la carretera, aquello no era llover, era como si nos tiraran cubos de agua.

Empezamos a notar que se nos mojaban los pies de agua y pudimos comprobar a oscuras que llevábamos tres o cuatro dedos de agua en el suelo del coche y teníamos más o menos nivel dependiendo de las curvas, podía llegar el agua casi al tobillo.

Al cambiarnos las lunas del coche, no las habían sellado bien y nos entraba cantidad de agua por las juntas.

Seguía lloviendo a cantaros y no había ninguna casa ni gasolinera para parar en muchos kilómetros.

Por fin llegamos a un pueblecito y era más de media noche.

Paramos para sacar el agua del suelo del coche como pudimos y esperar que parara de llover un poco, para buscar alojamiento y seguir viaje al día siguiente.

Cuando se lo contamos a la familia, nos dijeron que algo sospechaban que nos habría pasado para estar todo el tiempo en el mismo pueblecito, cuando teníamos la intención de ir a Marruecos, pero no los aviamos dicho nada para no asustarlos.

Aun nos quedaban unos días de vacaciones y decidimos de ir a pasar unos días a casa de los padres de Andrés, que en esos momentos se encontraban en el chalet de la Atalaya.

Era la primera vez que me llevaba y después de un larguísimo viaje con el Coupe.

La subida de la montaña con casi una hora de curvas, me hizo llegar hecha una caca, aquello no eran curvas sino el martirio chino para los espías.

El trato por parte de ellos seguía siendo frio y distante, como siempre conmigo.

Andrés me decía que eran apreciaciones mías, sin ningún fundamento.

Un día llego un amigo de la familia que venía a conocerme, saludarnos y felicitarnos por la boda.

Casualmente era jefe de cocina de un gran barco de viajeros que hacia los viajes al Brasil y me encanto charlar con él y recordar cosas de mi viaje por aquellas tierras.

Me comento, que en el coche tenía un precioso loro que le habían encargado traer de allí.

Solían hacerle encargos de cosas exóticas, en sus viajes.

 

Con Andrés en el chalet de la Atalaya Mediterránea

 

Me encanto la idea de poder tener un loro en casa.

Le pregunte por el precio y calculando que de los regalos de la familia, siendo casi toda por parte mía, nos había sobrado dinero, al no poder viajar a Marruecos.

Decidí pedirle por favor, que me vendiera el loro, cosa que consintió muy gustoso y los dos bajamos rápidamente a su coche a buscar la jaula con el precioso loro.

No sé lo que la familia hablaría mientras veníamos con el loro, pero cuando llegue, el padre de Andrés con cara de pocos amigos, muy autoritario y subido de tono me dijo” olvídate de llevarte el loro, que también le hace ilusión a mi mujer y como esta es mi casa el loro se queda aquí”.

Como es natural, me quede helada, con la respuesta y como es natural, no estuve de acuerdo y aquella fue la primera de muchas ocasiones que me demostraron lo que sentían por mí. Tuvimos una soberana pelotera, en la que aclararon muchas cosas que yo llevaba tiempo dudando.

Seguidamente su madre me dijo, que no me quería y nunca me había querido, porque por mi culpa su hijo se había quedado en Alcalá, incluso cuando estuvimos enfadados.

Su padre me decía a gritos, que si mis padres me lo habían consentido todo y habían criado a una caprichosa y consentida, en su casa, el me pondría en mi sitio.

No sabía dónde meterme ni que hacer, en aquel monte aislado del mundo.

Habría querido marcharme en aquel momento, pero lo peor de todo era que mi marido, muy amante y agradecido a sus padres, como es natural, siempre se ponía de su parte y no sabía cómo calmar la situación, lo único que hacía era quitar importancia y tratar de calmarnos a todos.

Estas situaciones se volverían a repetir en muchas ocasiones en los años siguientes y Andrés nunca se puso de mi parte, siempre los justifico y perdono el comportamiento, porque ellos tenían otros planes para el en Barcelona.

La llegada a Alcalá supuso el cambio natural en mi vida, de entrada no tenía que trabajar, cosa que llevaba muchos años haciendo.

Andrés siempre decía como muchos hombres de esa época, el hombre a trabajar y la mujer, haciendo las cosas de la casa y criando a los niños.

A los pocos días me compre un libro de cocina y empecé a hacer comiditas, sorprendiéndole en muchas ocasiones con platitos muy raros.

Muy a menudo venia a comer con él un compañero de la fábrica de Perlofil.

Paco Galán era el compañero que venía a comer, sufría con buen humor y simpatía las degustaciones de los platitos que solía cocinar, conejo con chocolate, rollos de carne en vino tinto y cosas por ese estilo.

Todas las semanas venia un par de días a comer.

Nos hicieron una visita Bernardo el jefe de Andrés, su esposa Tere, su hija Ana e hijo Bernardito de unos tres años. Vinieron a traernos un regalo de boda.

Prepare algo de merienda en el salón, nos sentamos en el único sillón rinconera que teníamos, con los bafles y un mantelito encima como mesa de centro.

Bernardito se paseaba por detrás de todos en el sofá chéster de piel y solía sentarse en el respaldo para observar los peces de la pecera rinconera que había montado Andrés con muchos peces de colores.

Cuando estábamos en medio de la merienda empezamos a oler a mierda, pero nadie decía nada pensando que alguien se había aliviado.

De pronto mire hacia el respaldo del sillón y vi algo muy extraño en los huecos de los botones y pegue un salto de susto cuando comprobé que todo el respaldo del sofá estaba lleno de caca y además bastante blanda y clarita.

El niño se había hecho caca sin decir nada y como llevaba pantalones cortos y ya no le ponían pañales, se le había caído por las piernas, repartiéndola por todo el respaldo del sofá y metiéndola por los pliegues de la piel y los botones del chéster, además de la ropa de los que estábamos sentados cuando pasaba por detrás de todos de un lado para otro.

Tere no se altero demasiado, se limito a lavar un poco al niño y se lo llevo con el culo al aire.

Se marcharon sin terminar de merendar.

Estuve mucho tiempo limpiando todos los huecos de los botones e intentando de quitar el mal olor que cogió la piel, apenas podía entrar en el salón, sin que se me revolviera el estomago y me dieran ganas de llorar, recordando el olor a piel tan agradable que tenía mi sillón.

Un día decidió Andrés que teníamos que ir a visitar a su prima Rosa Mari y José Luis a Madrid.

No se me había olvidado el plantón de la boda y no me apetecía demasiado de hacerles una visita y recordar el mal rato que me hicieron pasar, pero pensando que era la prima de Andrés y hay que olvidar los malos ratos, decidí que iría de buena gana.

Nos pusimos en contacto con ellos para quedar y fuimos a encontrarnos con ellos.

Pasamos una velada de lo más agradable, nos contaron con todo tipo de detalles, lo que había ocurrido el día del plantón.

En aquellos años José Luis, se dedicaba a transformar y acondicionar discotecas, a razón de casi una por mes y en esos momentos estaba con la obra de la que se llamaría “El Elefante Blanco”. El local se encontraba en los bajos del cine Callao.

Casualmente unas horas antes de mi boda y aprovechando el fin de semana, tenían que descargar una cuba hormigonera en el local para que durante el fin de semana fraguara el hormigón.

La cosa se complico cuando la policía no permitió descargar el camión, todos los obreros esperando para repartir el hormigón adecuadamente y los policías negándose a permitírselo, por ser Sábado por la tarde y estar la calle llena de gente paseando y acumulándose cerca del cine.

En el medio de esa movida y en un descuido de los policías José Luis tiro de la palanca y la cuba empezó a descargar el hormigón en plena acera, a las puertas del cine y de la entrada del metro, por donde bajaba el cemento por las escaleras a toda velocidad, por otro lado empezaba a entrar la gente al cine en la sesión de tarde, con los zapatos llenos de cemento.

Después de suponer que José Luis era el conductor de la hormigonera y que había accionado la palanca de descarga, la policía se lo llevo a la comisaria detenido como responsable del hecho, les acompaño muy sumisamente para que de esta manera los obreros pudieran trabajar rápidamente y terminaran de meter el hormigón en el local.

Me imagino la cara del comisario cuando le pusieron delante a José Luis como camionero detenido, teniendo en cuenta que además era muy amigo suyo, lógicamente enseguida se aclaro, que de camionero no tenía nada.

Nos reímos mucho cuando nos lo conto, no solo aquella noche si no en muchas ocasiones más, cuando lo hemos recordado años después.

Muchos fines de semana lo pasábamos con ellos, en aquellos tiempos José Luis se dedicaba a montar discotecas y llego a tener casi veinte por el centro de Madrid.

La primera vez que nos llevaron a la sala de fiestas Señorial, nada más entrar se nos acercaron varias señoritas despampanantes y guapísimas que después de pasarle los brazos por el cuello y darle un par de besos saludaban muy amistosas a Andrés llamándole por su nombre y su apellido.

Yo no sabía qué hacer si llorar, reír, o salir corriendo y marcharme a casa, y lo peor es que Andrés aceptaba sus calurosos saludos sin rechazar a ninguna, yo seguía con cara de tonta en segundo o cuarto plano sin poder abrir la boca del susto, y lo peor fue cuando nos sentamos en una mesa y vino una a sentarse en sus rodillas para saludarle, en ese momento mire a los demás y me di cuenta que era la única que no se partía de risa.

Todo había sido un montaje de José Luis y su primo Antonio, que era el director de la sala, para gastarme una broma, que me hizo estar mosqueada con Andrés algunos días por lo bien que había interpretado su papel y dejarse saludar tan amistosamente por el personal.

Al parecer José Luis me había tomado como víctima y me hacia una faena detrás de otra y yo a cambio haciéndole comiditas de las mías (quizás era porque no le gustaban).

Los sábados solían venir José y Rosa a comer a casa en Alcalá y después de comer José se dormía una buena siestecita mirando los peces de la pecera en el sofá que ya no olía a caca de Bernardito.

Las comidas que hacia solían ser del famoso libro de cocina, eran raras pero decían que estaban muy ricas, al menos se las comían.

Cuando se despertaba José nos íbamos todos a Madrid cenábamos y nos recorríamos algunas de sus discotecas, al terminar la velada, unos días volvíamos para Alcalá y otros nos quedábamos a dormir en su piso de Galaxia.

Así pasamos un par de años entre los partidos de Baloncesto con Perlofil, las clases en Madrid de Andrés que seguía estudiando la segunda ingeniería y las visitas a la parcela de los Hueros donde mis padres estaban haciéndose una casita en el terreno que mis abuelos habían comprado y repartido entre los siete hijos, para que todos estuvieran juntos en un sitio de recreo.

Mis padres aparte de hacer el pequeño chalet también se empezaron a hacer una preciosa piscina, que mas adelante disfrutamos mucho en ella

Fue muy buena idea de los abuelos, pero no resulto como pensaban desde un principio algunos empezaron a vender su trozo, con la idea de que nunca harían nada allí y en la actualidad todos los hermanos lo han vendido menos yo que el trozo que herede de mi madre aun lo conservo y ahora mi hijo Andrés quiere acondicionarlo para vivir allí.

Seguro que si mis padres y abuelos lo pueden ver desde algún sitio les gustara mucho de verle.

Volviendo a los años del comienzo de mi vida como esposa y ama de casa.

En esos años mis padres habían vendido el piso que tenían encima del tío Tomás y se habían comprado uno cerca del nuestro, además también habían dado la entrada de dos locales comerciales que sumaban noventa metros los dos.

Estaban situados en los bajos del edificio que nosotros teníamos el piso y como los compro en obra y encima fueron dos le hicieron muy buen precio y cogió el mejor sitio.

Esta decisión la tomaron con vistas a que mi padre se jubilaría poco tiempo después y entonces aprovecharía para poner un negocio en el local.

Mi padre en la juventud tuvo problemas de pleura, solo tenía la mitad de la capacidad pulmonar, agravado por lo mucho que fumaba, pasaba unos inviernos con unas bronquitis muy importantes y pesadas de curar, el médico empezó a plantearle que cogiera la jubilación por enfermedad prolongada y en una de esas bronquitis después de una larga baja le jubilaron.

Después de darle muchas vueltas para decidir que negocio poner, teniendo en cuenta que no tenían fondos para hacer mucha inversión, decidieron poner una sala de juegos recreativos, que en esos tiempos funcionaban muy bien.

Acondicionaron las paredes, el suelo y todo lo necesario para poder abrirlo al público y una empresa lo lleno de maquinas para jugar, futbolines, un billar etc.

Durante unos meses mi padre se ocupo de atenderlo, pero era demasiado esclavo de horario, pues había que tenerlo abierto todo el fin de semana y además estando jubilado no podía estar al frente, buscaron un señor mayor que no tenía trabajo y él se ocupaba de atenderlo.

Enseguida empezaron los problemas con este señor, bebía mucho, habría muy tarde por la mañana, y empezaron a comprobar que se quedaba con dinero de la recaudación.

Después de despedirle pusieron el local en alquiler y lo alquilaron para poner una sucursal del Banco Latino que para entonces era de Rumasa. Pusieron un banco muy bonito, con las ventanas y puerta de calle con rejas de forja trabajadas muy bonitas y estuvieron hasta que la cerraron con los problemas que surgieron con Rumasa.

Cuando formalizaron el contrato para el banco, mis padres se compraron un seat ciento veinticuatro y poco tiempo después una bonita y grande caravana que a duras penas tiraba el coche de ella y empezaron a conocer algunas zonas de España, como la Toja y algunas mas, aunque para ellos la preferida era Benidorm.