Capitulo veintitrés

 

CREO LA PRIMERA ESCUELA DE BALONCESTO JUVENIL FEMENINO DE VIVERO

Terminaron el pabellón polideportivo cubierto de Vivero, con una preciosa pista de baloncesto, la cual me animo a jugar de nuevo, pero no tenia con quien.

Un día decidí buscar jovencitas que tuvieran ganas de aprender a jugar y enseñarlas así tendría con quien jugar.

Tenía muy buena relación con la emisora de radio que hacía poco tiempo habían instalado en Vivero.

Frecuentemente me llamaban para hacerme entrevistas en directo sobre mis actividades, las clases, los cursillos, los desfiles y todos mis líos, decían que siempre tenía algo interesante que contar, me hacían mucha publicidad y no me cobraban nada.

Les comente que buscaba futuras jugadoras de baloncesto juveniles para entrenarlas y hacer un equipo de la zona.

Me llamaban muy a menudo y volcaron en hacerme entrevista y hacer comentarios en la radio.

Cuando ya tenía un grupo de quince chicas, me fui al ayuntamiento a pedir hora para los entrenos en el pabellón y poder empezar a entrenar.

Un par de días después me llamaron y me dijeron que teníamos disponible, los sábados de ocho a nueve de la mañana.

En principio acepte muy contenta, cuando no tienes nada y te ofrecen algo, aunque no sea lo adecuado, ya te parece perfecto, aunque luego con el tiempo no te lo parezca tanto, eso fue lo que me ocurrió a mí.

Compre camisetas que hice imprimir con el anagrama de mi comercio, compre seis balones de baloncesto y empezamos a entrenar en el horario que nos habían asignado.

Durante el verano la cosa fue perfecta, pero cuando llego el invierno y algunas niñas tenían que venir en bicicleta de aldeas vecinas, con lo que tenían que salir casi una hora antes de su casa. Ya no me parecía tan adecuado.

Pedí al banco de Bilbao, que era con el que trabajaba en el comercio, su colaboración en forma de lo que pudieran conseguirme, pensando que me mandarían camisetas, balones o chándales en el mejor de los casos.

Unos meses después recibí una carta diciéndome que me mandaban dos excelentes canastas modernas de fibra y me preguntaban donde quería que me las instalaran.

Sin perder un minuto fui al Ayuntamiento para que ellos decidieran donde las querían instalar, pensando que en compensación conseguiría algo de material, o me cambiarían el horario de entreno por otro menos duro para las niñas, pero me quede con las ganas, solo me dieron las gracias.

Comprobé las actividades que se hacían durante el resto del día en el pabellón, fulbito para señores, partidos de tenis y demás privilegios para los que pagaban el alquiler del pabellón y podían elegir horario.

Después comente en varias ocasiones con el responsable de deportes el problema y como es natural, buenas palabreas y nada más.

Algunos padres empezaron a reclamarme, pensando que yo tenía un sueldo y era la responsable de semejante horario.

Para que quedara clara mi situación como entrenadora recurrí a la radio para que me dejaran explicarme ampliamente, al igual que los padres que quisieran hacerme algunas quejas, llamaran para intervenir en el programa.

Como siempre me dieron carta blanca para que contara lo que quisiera y dejaron la línea abierta para posibles llamadas de los oyentes que quisieran preguntarme algo.

Me llamaron unos padres para confirmar extrañados que no cobraba nada y que fuera yo también quien había pagado el material deportivo, en ocasiones que llovía mucho, también llevaba a su casa, algunas de las niñas.

Me animaron a que siguiera entrenándolas y se comprometieron a mandar cartas de reclamación como padres.

Así lo hicieron y poco tiempo después nos cambiaron a un horario más cómodo, un par de horas más tarde.

Unos meses después se presentaron unas jóvenes señoras en mi comercio, me dijeron que sabían que entrenaba a un grupo de chicas y se habían reunido antiguas compañeras y amigas que en su juventud habían jugado al baloncesto en las distintas universidades cuando estudiaron y querían que yo las entrenara lo mismo que hacía con las niñas.

Ya tenían calculada una cuota para pagar la hora del pabellón comprar las equipaciones y pagarme a mí.

Me quede bastante parada pues no me lo esperaba y no les costó demasiado convencerme.

Lo haría con mucho gusto, pero sin que me pagaran ni un céntimo y empezamos los entrenos dos días por semana en el horario que estaban sus hijos en el colegio.

Cuando llevábamos unos meses, el siguiente paso fue organizar partidos de las juveniles contra las veteranas, los cuales resultaban muy emocionantes, sobre todo teniendo en cuenta que algunas madres jugaban contra sus hijas, mientras los padres las aplaudían desde las gradas.

El mejor ejemplo en este caso, fue el de nuestra amiga Maria Luisa Galdo, que en aquellos momentos era la directora del instituto y madre de cinco hijas, de las cuales yo tenía dos en el equipo juvenil, además de algunas alumnas más, de sus clases y los días de los partidos nos reíamos mucho.

Esta actividad la mantuve durante todo el resto del tiempo que vivimos en Vivero y cuando nos marchamos definitivamente se buscaron un entrenador que siguió durante unos años mas lo que yo había empezado, pero a él sí que le tuvieron que pagar algo.

Nos hicimos con muy buenos amigos, pero casualmente casi en su totalidad eran personas del pueblo y apenas teníamos trato con los compañeros de la fábrica, creo que sería debido a tener un comercio y movernos en ese ambiente.

Descubrí mi afición por la pesca y con mucha insistencia conseguía que Andrés fuera con un pico a la Dársena, cuando bajaba la ría, para buscarme Pi aguda, que era un gusano de la zona, que se utilizaba para cebo de pesca y se encontraba en una zona asquerosa, donde había los restos de un barco medio hundido, casi podrido y que al bajar la ría, se acumulaba todo tipo de restos de porquería y se formaba un barro negro asqueroso y maloliente.

El pobre tenia la santa paciencia de ir a buscarme algunos gusanitos para que yo fuera a pescar al puerto de Cillero, siempre acompañada por los niños, aunque no tenían demasiado afición ninguno.

Solía ir a pescar los Domingos por la tarde, con los niños y él se quedaba en casa estudiando.

Casi siempre se acercaba a charlar conmigo Carmen, una señora que esperaba la llegada del barco de su marido el cual se llamaba “ Pino Ladra”, le hacía mucha gracia verme allí pescando con mis hijos.

Un día me presento a Suso, su marido, también muy agradable como ella y cinco minutos después venia con un montón de pescado que me metió en el cubo de pescar, como es natural nos fuimos directamente para casa y cuando llegamos a casa, la cara de Andrés al ver la cantidad de pescado, no sabía que decir ante semejante pesca.

Esto volvió a ocurrir en muchas ocasiones y de pasar tantas tardes de Domingo charlando nos hicimos muy buenos amigos, incluso nos invitaron a la boda de su hijo.

Otro grupo de amigos, en verano organizaron un día de playa y pesca en la ría de Porto Celo.

La idea era que unos cuantos pescadores salieran en la barca de uno de ellos llamado Mareas, mientras los demás se quedaban el playa bañándose y preparando las mesas, comeríamos de lo que saliera del mar.

Dada mi experiencia, con la pesca y a mi insistencia, mí me incluyeron en la barca de los pescadores y Andrés se quedaría en la playa con el resto.

La barca era de madera, de las antiguas barcas de pesca a motor y remo, preparada para seis u ocho personas y perfectamente pintada y cuidada.

En el momento de salir Andrés cambio de idea y dijo que el también quería ir en la barca de pesca y se subió.

Cuando salimos de la ría y la barca empezó a moverse mucho, Andrés se empezó a marear y dijo que al pasar por una gran roca que había en el media de la ría, le dejáramos y recogiéramos a la vuelta, así lo hicimos y le dejamos con una caña, unos anzuelos y seguimos mar adentro.

Probamos en varios sitios para ver si había pescado y no encontrábamos nada.

Tirábamos a fondo con un hilo muy gordo lleno de anzuelos cada medio metro y unos trocitos de pescadito en cada anzuelo, mientras la barca se movía suavemente, de repente note como si se hubiera enganchado el hilo en algún sitio y observe que a los demás les ocurría lo mismo, de pronto me dijeron que subiera el hilo lo más rápido posible.

Empezó a salir pescado a razón de cinco o seis en cada sedal, habíamos encontrado un banco de jureles de unos treinta centímetros todos, era una locura la manera de sacar pescado y lo que pesaba la línea, con tanto pescado enganchado, en cinco minutos sacamos casi cuarenta kilos.

Cuando estábamos mas emocionados, nos dijo Mareas, que era el profesional del grupo y dueño de la barcaza que nos teníamos que marchar por que se estaba picando el mar.

Me fije en el mar y en pocos minutos, sin darnos cuenta, de repente veíamos la costa y al segundo estábamos metidos en una ola que no veíamos nada, salimos rápidamente para la costa.

Nos fijamos y no veíamos donde habíamos dejado a Andrés, empezaron a comentar que eran mareas vivas y había subido muchísimo la ría, me invadió un terrible susto, mientras nos acercábamos a la zona donde habíamos dejado a Andrés y no veíamos nada con las olas tan grandes.

Por fin vimos unos bracitos agitándose y comprobamos con gran susto que se había subido a lo alto de la roca, pero cuando venia la ola, el agua le llegaba a la cintura y ya no tenía ni caña ni nada.

Menos mal que al final el susto solo quedo en susto.

Hicimos una gran fritada de pescado riquísimo y sobre todo muy fresco.

Como es natural por la tarde se nublo y empezó a llover un poco, recogimos y para casa.

Con todas estas experiencias es normal que me gustara tanto ir de pesca.