Capitulo cuarto

REGRESO A ESPAÑA. MI COMUNION Y FUEGO EN EL BARCO

El regreso lo hicimos en un barco español que se llamaba Cabo de Hornos. Mucho más grande que el Louis Lumieer, también era más lento con lo que la travesía duro más de treinta días, fue muy agradable y llena de sorpresas.

Al parecer era el último viaje que hacía con viajeros, después sería destinado a buque de carga, por esta razón hacían muchas fiestas y comidas especiales, con bailes y cine por la noche.

Yo no paraba en todo el día, solo aparecía para comer y dormir. Hacían muchas actividades para los niños y tuvimos la suerte de tener un tiempo excelente, hasta nos podíamos bañar en la piscina.

Empezaron a programar un día especial, incluyendo una misa especial, con la presencia del Capitán y toda la tripulación. El cura del barco tuvo la gran idea de preguntar: que niños no habían hecho la comunión, siendo yo una de ellos, mis padres no estaban muy de acuerdo, pero me parecía muy emocionante y entre el cura y los demás niños conseguimos convencerles.

Los días siguientes los dedicamos a la catequesis y preparación para la comunión. En el equipaje llevábamos mi uniforme de Gala azul marino de las escolapias y permitieron a mi madre el acceso a la zona de equipajes para buscarlo. En una escala que hicimos bajamos del barco y compramos el velo, el rosario, unos zapatos y algunas cosas más

Con mis padres, un amigo y una compañera de comunión en el Cabo de Hornos

La misa la hicieron en la cubierta, un precioso día soleado, con muchísima gente. Creo que éramos cuatro o cinco niños los que hacíamos la comunión. Lo mejor es que la comida y la fiesta no les costaron ni un duro a los padres.

Unos días después había un olor en el barco, como si se estuviera quemando la comida, olía por los pasillos, la cubierta, los comedores, por todos los sitios, los pasajeros lo comentaban y preguntábamos a la tripulación pero decían que era la comida de la cocina, que se había quemado, nadie nos decía nada más.

Así seguimos unos días, hasta que llegamos cerca de Barcelona, digo cerca por que estuvimos fuera del puerto un par de días sin poder entrar.

Por fin nos enteramos de lo que estaba ocurriendo.

Hacía más de diez días que traíamos fuego en el barco y casi nadie lo sabía, los que lo sabían no podían decir nada, para que no cundiera el pánico. EL tío Tomas y Ángel, sí que lo sabían pero no nos dijeron nada.

El fuego comenzó en las bodegas que venían llenas de pieles de vaca y de otros animales, traían todo tipo de curtidos. Se inicio un fuego que mantuvieron ahogado con poco oxigeno y algo de agua para que hiciera la menos llama posible.

Cuando llegamos cerca del puerto, se acercaron barcas de carga. Por un lado sacaban las pieles medio ardiendo, echando humo y un olor horrible. Por el otro lado del barco, metían agua con muchas mangueras. Esta operación duro un par de días.

Nosotros no nos enteramos de nada, pero en Alcalá, el jefe de los guardias llamo a mi abuelo Julio y le enseño como venia todo explicado en el periódico. Todos sabían que era el barco que veníamos. El abuelo se puso enseguida en contacto con el tío Salvador, que en esos momentos vivía en Port - Bou y se vino para Barcelona a esperarnos y ayudarnos con todos los trastos.

Cuando llegamos a Madrid y Alcalá, toda la familia y los amigos sabían lo del incendio del barco y estaban muy preocupados, gracias a Dios lo hicieron muy bien hasta última hora, para no asustar y alarmar al pasaje.

Fuimos a vivir a casa de mis abuelos por parte de padre en Madrid. En la calle Mercedes Arteaga, una casa no muy grande, pero nos pudimos adaptar perfectamente, durante un tiempo, mi abuela Dionisia, mi abuelo Antonio, mi tía Amparito y mi tío Antonio, además de un perrita llamada Linda, un par de gatos siameses de pura raza y unos pajaritos jilgueros que duraron poco tiempo.

La casa en Madrid tenía un gran terreno detrás. Con el dinero que mis padres habían traído del traspaso y demás, hicieron una gran obra, hicieron un gran taller de carpintería en el fondo del terreno y en la fachada una casa más grande con un pasillo en el centro, que dividía la casa en dos viviendas, una para mis abuelos y tíos y otra para nosotros.

Mi tía Amparo y su perrita Linda

.Durante las obras se nos complico mucho la vida, sobre todo a mis tíos, que hasta nuestra llegada vivían, muy tranquilos y cómodos.

Mi abuelo ya empezaba a estar enfermo, de una enfermedad muy dolorosa y el pobre lloraba y gritaba día y noche, además si nos despistábamos se escapaba de casa y se perdía, como ocurrió varias veces.

Un día teníamos que llevarle al médico y teníamos que desplazarnos toda la familia en el metro de Madrid, cuando estábamos en el andén entre mucha gente, cuando llego el metro y entramos en el, mi abuelo se puso nervioso y al cerrarse las puertas de pronto tiro para detrás y salió del vagón el solo, tocaron el timbre de alarma pero el metro arranco y siguió adelante hasta la próxima estación, bajamos y volvimos a la estación anterior, cuando llegamos ya no estaba, salimos de la estación y fuimos a la policía, nos volvimos a casa para quedarnos mi abuela y yo, mis padres y tío lo buscaron casi toda la noche y lo trajo la policía al día siguiente, después de encontrarlo perdido por la calle.

Con mis abuelos en el terreno antes de la obra

Por otro lado en esa época yo me portaba bastante mal. En Madrid comencé a ir de nuevo al colegio, aunque con tanto viaje y cambio de domicilio, me costaba mucho ponerme al día, como es natural seguía en las últimas filas de la clase. En esta ocasión el colegio no era de monjas.

La profesora era un poco especial, con mi bajo nivel solía ignorarme bastante, el día de su cumpleaños, algunos de mis compañeros comentaban que la harían un regalito, yo lo comente con mis padres y no me solucionaron nada, pero yo seguía dándole vueltas, con la esperanza de que con ello me aceptara mejor y seguí dándole vueltas al problema, hasta que encontré la solución, busque un frasquito pequeño y bonito, sabia donde guardaba la tía Amparito los regalos y cosas de su ajuar, y no tuve más que llenarlo de una de las carísimas colonias que ella guardaba, y llevárselo a la seño, la gusto mucho; no me extraña, todas eran muy buenas. A partir de ese día fue de lo más amable conmigo, a los pocos días me trajo el frasquito vació por si tenía más, y se lo volví a llenar, así varias veces, como era de esperar la tía Amparito se entero, se enfado muchísimo. El disgusto de mis padres y el resto de la familia fue muy gordo.

Mi padre, abuelos, tía Amparo, y tío Antonio, antes de la obra

Mi padre al estar muy enfadado no quiso pegarme, me puso varios castigos y uno no lo olvide nunca, me puso una cadena en un pie muy gorda y muy larga que pesaba mucho y la tuve varios días, me movía por la casa arrastrando la cadena.

Mi padre se fue a hablar con la profe, nadie supo lo que la dijo.

Después de quitarme la cadena volví al colegio y la profe me miraba pero nunca me dijo ni pió de lo ocurrido, ni me pidió más colonia.

Realmente en esta trastada, nadie me puso la mano encima, pero no le he olvidado en toda mi vida.

Mi guapísima tía Amparo

Mi padre y mi tío tenían una afición, criar y cuidar pajaritos, sobre todo Jilgueros, a los que enseñaban a sacar agua con un dedal y una cadenita como si fuera de un pozo, se necesitaba mucho tiempo y paciencia y les había enseñado mi tío Juan en las visitas a la cárcel.

Debían de estar muy pendientes de ellos porque podían morir de sed. También los solían matar los gatos de la tía Amparo. Aunque colgaran las jaulas muy altas y difíciles de llegar desde el suelo, trepaban por las paredes como si nada, hasta la jaula y siempre se comían alguno.

Tenían un aprendiz en el taller de carpintería que era medio gitano y le llamaban Mangas (por mangante), eran muchos hermanos en su casa y pasaban mucha hambre.

Un día que los gatos se habían cargado dos o tres pájaros, solo por matarlos pues luego ni se los comía, además con el peso del gato sobre la jaula caían al suelo y al caer la jaula solía romperse. Entre mi padre y tío Antonio metieron al matrimonio de siameses en un saco y se los dieron al Mangas para que los vendiera o se los regalara a alguien.

Mi abuelo sobre el motocarro y Paco oficial de la carpintería.

Mi tía, como es natural se enfado muchísimo.

Cuando al día siguiente, vino a trabajar el Mangas le preguntaron si ya había buscado dueño a los gatos, pensando en poder recuperarlos, respondió que estaban riquísimos guisados y su madre nos daba las gracias por la exquisita cena. No sé como mi tía nos perdono estas y otras faenitas que le hicimos.

Por fin terminan las obras de las dos viviendas, el taller de carpintería, otro pequeño de pintura, y una pequeña vivienda que luego alquilaron, a un oficial de la carpintería llamado Paco, su mujer Lola y su hijo Juanito.

El taller de carpintería era muy grande.

Compraron e instalaron varias maquinas para la madera, muy grandes y bancos de trabajo, también compraron una motocarro BMV muy buena, para llevar y entregar los muebles que fabricaban. Contrataron a dos o tres empleados, tenían mucho trabajo y todo machaba bien.

Mi madre se dedicaba a ir a coser en una casa de la calle Serrano. Era una familia con mucho dinero, y mi madre se pasaba todo el día haciendo y arreglando la ropa de la hija y la madre. Me llevo algunos días y me encantaba de ir, tenían varias personas en el servicio, que nos traían la comida y todo. Para coser mi madre tenían habilitado un taller con máquina de coser mesas para corte estantería con rollos de tela, bueno de todo y solo para coser a dos personas.

Aunque mi madre estaba muy contenta con su trabajo, teniendo en cuenta que yo pasaba mucho tiempo sola con mis abuelos, decidieron que mi madre pusiera un negocio, en el cual yo pudiera estar con ella, parte del día y así dejara de hacer trastadas.