Capitulo octavo

REGRESO A BRUSELAS

De nuevo empaquetamos, llenamos el coche y para Bruselas.

Mis padres habían llamado, a los Sres. Roufart antes de salir de Lucerna para saber si necesitaban personal, nos contrataron de nuevo muy contentos. Habían cambiado varias veces de servicio y aun no tenían nadie de su agrado.

Llegamos de nuevo a nuestros antiguos aposentos, tanto ellos como nosotros, estábamos muy agradables y serviciales, seguimos con las actividades anteriores al viaje.

Unos meses después mi madre nos dio un susto, resbalo en una escalera y se hizo daño en una rodilla.

Enseguida lo comentamos con los señores y rápidamente fueron a visitarla a su habitación. Media hora después estaba instalada en una de las habitaciones mejores del hospital, al otro lado del edificio.

Una parte del cual era la residencia y servicios y la otra parte hospital con comunicación interna.

La pusieron una escayola, y mi padre y yo nos ocupamos de toda la faena, mientras mi madre hacia reposo con la escayola, muy controlada por el jefe que era el médico, aunque no era traumatólogo, era cirujano vascular, uno de los mejores de Belgica

Con mucha comprensión por parte de los Roufart, pasamos aquellas semanas.Se recupero mi madre y volvimos a los trabajos y los paseos por la cuidad, conociendo distintas zonas y pueblos cercanos, así como la vuelta algunas tardes al centro español y yo encantada de poder seguir bailando de cuando en cuando.

Con la ayuda de mi madre, muchos ratos después del trabajo y una máquina de coser eléctrica que nos compramos, me hice otro vestido de andaluza.

Este tenía cola y era mucho más aparatoso, con lo cual no me lo llegue a poner nunca en el centro y pocas veces más, para darme paseos por casa y pegarme unos bailes en privado.

Vestido nuevo de andaluza verde y negro

Un par de meses después, fue mi padre el que nos dio el susto.Después de pasar muy mala noche, por la mañana de nuevo informamos al jefe, que papa estaba bastante malo, de nuevo, entro un médico del hospital, para hacerle un reconocimiento.

Enseguida le hacen análisis y radiografías, era una apendicitis muy avanzada casi peritonitis, que había que operar rápidamente.Un poco asustados por la urgencia, autorizamos la operación quirúrgica y en un par de horas le estaban operando.Todo salió perfectamente y muy cómodo, no teníamos que salir a la calle para ir a ver a mi padre a cada momento.Además de estar en una súper habitación no nos cobraron nunca nada.

Yo en mis ratos libres, por las noches y también algunos fines de semana, me dedique a estudiar francés y taquigrafía, me compre una máquina de escribir y también practique algo de mecanografía.

Conocimos a la familia Orrico, una familia de valencianos, que tenían una hija de mi edad, y nos hicimos muy amigas.Su abuelo catedrático y profesor de Universidad en Valencia, había escapado de España por sus ideas políticas, y estaba de profesor de español en un colegio de Bruselas, este señor muy agradable se ofreció para corregirme, los trabajos en Francés y taquigrafía.

Volviendo a lo de mí padre de nuevo me tocaba ayudar en todo lo que podía, en casa de los Roufart.Por la noche tuve que dedicar menos tiempo a estudiar, pues terminaba demasiado cansada.Ahora me tocaba además servir a la mesa y lo malo era lo que pesaban las bandejas llenas, sobre todo cuando tenían invitados, que solía ser muy a menudo.

El doctor Roufart era muy buen cazador y solía traer mucha caza, que conseguía en una finca que tenían muy grande, donde podía cazar desde liebres, hasta ciervos y jabalís, la caza que traía solían guardarla en una enorme nevera que tenían en la bodega.

Un día nos comenta la jefa, que un par de días después tendrían invitados y serian unos doce o catorce, los invitados solían ser algunos de los médicos, que trabajaban en los dos hospitales y sus esposas.

Para esas ocasiones, solían hacer algunas de las piezas de la caza. Las llevaban a una empresa y las traían en coches tipo termo, ya cocinadas y colocadas, en enormes bandejas, que pesaban muchísimo, al menos para mí que apenas tenía quince años,

El comedor de diario estaba en la planta baja, junto a la cocina y el comedor de celebraciones en la primera planta, los señores accedían, por la enorme escalera principal de mármol y toda alfombrada, desde la cocina se subía, por una estrecha escalera de caracol, con una barandilla de barrotes de madera.

Para esa fiesta traerían tres liebres ya cocinadas, cortadas en trozos pequeños y colocados de nuevo en forma de liebre en una enorme bandeja de plata, con sus patatitas de adorno y con la salsa.

La cena empezó normal y ya estaban terminando con el primer plato, cuando trajeron la enorme bandeja.

Les cambie los platos y me dispuse a subir la estrecha escalera de caracol, apenas podía con aquella bandeja tan grande y tan pesada, a media escalera, se enganchó una esquina de la bandeja, en uno de los barrotes de la barandilla y las tres liebres, patatas y salsa, bajaban por los escalones chorreando uno tras otro.

Baje de nuevo a la cocina llorando y muy asustada, mientras que la jefa insistía, con el timbre que siguiera sirviendo la cena, menos mal que no le dió por asomarse para ver que pasaba y porque tardaba tanto.

Mi madre por un lado cabreadísima con la jefa por organizar la cena sabiendo que mi padre no la podría servir, yo por otro lado llorando y las dos recogiendo las liebres que corrían por las escaleras con la salsa y patatas.

Entre las dos procuramos volver a colocar los trozos en forma de liebres, pero nos sobraron unos trocitos que no encajaban en ningún sitio y continúe sirviendo la cena.

Cuando me acerque a la jefa, me pregunto que porque había tardado tanto en servir el segundo plato, le respondí que se habían retrasado en traerlo de la empresa y se quedo tan tranquila.

Al termino de la cena, vino a darnos las buenas noches, nos comento que todo había estado perfecto, pero era extraño que esperando hasta la ultima hora con las liebres, estuvieran totalmente frías y no la pudimos responder, que era porque habían estado corriendo por la escalera.

Pocos días después mi padre se había recuperado y poco a poco, todo volvía a la normalidad.

Pocos meses después finalizo el periodo obligatorio a los extranjeros y podíamos solicitar permiso de trabajo.

Al finalizar este periodo podíamos trabajar, en lo que quisiéramos y nos darían permiso de residentes también.

El primero en buscar trabajo fuera del servicio domestico fue mi padre y lo encontró en un par de días, realmente mi padre nunca tenía problemas para encontrar trabajo.

Con mi padre trabajando el paso siguiente fue de alquilar un piso amueblado.

Mi madre y yo nos despedimos de nuevo de los Roufart, aunque ahora seguiríamos en contacto con ellos, al seguir viviendo en Bruselas, de hecho en el futuro cada vez que estábamos enfermos íbamos a las consultas del hospital.

Mis padres paseando por un parque de Bruselas

Con mi padre trabajando el paso siguiente fue de alquilar un piso amueblado.

Mi madre y yo nos despedimos de nuevo de los Roufart, aunque ahora seguiríamos en contacto con ellos, al seguir viviendo en Bruselas, de hecho en el futuro cada vez que estábamos enfermos íbamos a las consultas del hospital.

En Bélgica podías elegir el servicio médico a tu gusto y ellos mismos pasaban la minuta al seguro que era el que pagaba y siempre que pedíamos cita de consulta con los médicos del hospital Roufart, podíamos ir directamente a la consulta privada, en la que encima me comían a besos tanto los padres, como Lulú que también solía pasar consulta cuando se encontraba bien.

Mis padres en el piso que alquilamos en Bruselas

Alquilamos un primer piso, en el Boulevard Anspach, cerca del Menequepis, de la Bourse y de la Garre du Midi.

En la zona de la Garre du Midi los domingos por la mañana hacían unos grandes mercados, que ocupaban muchas calles alrededor y podías encontrar desde chorizo y morcilla Española, a todas las clases de frutas, verduras, embutidos, ropa y calzado, también te podías encontrar con todos los amigos que conocías, además de extranjeros de todos los países, vendiendo y comprando, de todo pero sobre todo productos de alimentación. Pocos años después, a menor escala, en España serian los mercadillos.

Nos pusimos a buscar trabajo, cada uno en lo que quería o sabía hacer.

Como ya he comentado el primero había sido mi padre y eso ya nos aseguraba poder pagar el piso y la comida.

Con mi madre y Matilde Orrico, en el piso de Bruselas

Le contrataron en las Pompes Fúnebres Michael, como ebanista haciendo cajas de muerto, al parecer se tiene que ser muy buen profesional, para este tipo de trabajo, dicen que suelen ser las camas más caras que existen.

Al principio le mandaban hacer, las cajas más sencillas y en poco tiempo, ya hacía de las más delicadas, complejas y caras.

Mi padre era muy bromista y a veces temerario, pero te reías muchísimo con el, cuando te contaba cosas que hacía y yo siempre le decía cuando me reprochaban que hacia alguna trastada; que sería porque me parecía a el, toda orgullosa de ello,

Un día vino un poco preocupado y nos conto, que tenían una gran estufa en el medio del taller de carpintería, en invierno el vigilante la llenaba por la noche, con el serrín y las virutas de barrer y limpiar el taller, al día siguiente al llegar por la mañana la encendía, para calentar la nave.

Con los años, el serrín y polvo, se habían hecho por todo el taller unas telas de araña como sabanas de grandes, pues los techos eran muy altos y no se habían limpiado nunca.

Las telas de araña estaban negras de polvo y de porquería y decía que en ocasiones daba aspecto siniestro.

Un día, a mi padre se le ocurrió, comprar un gran petardo y esconderlo dentro de la estufa, con el fin de darle una sorpresa al vigilante cuando encendiera la estufa.

Cuando llego el vigilante, como siempre un rato antes que los trabajadores; encendió la estufa como de costumbre y al cabo de un rato pego un petardazo, que reventó la estufa, arranco los tubos de salida de humos y volaron todas las telas de arañas, polvo y virutas que había por el techo y las paredes.

Salieron todos a la calle asustados, entre polvo y porquería que caía del techo y paredes, por supuesto no quedo ni una telaraña, no pudieron entrar a trabajar al taller, en unas cuantas horas.

No había calculado bien la potencia del petardo y fue mucho más de lo que tenía pensado.

Durante un tiempo el jefe estuvo investigando quién lo había hecho, para ponerle en la calle directamente y no sé cuantas cosas más, quería hacerle, pero muchos se alegraron de la limpieza de techos que hizo. Paso bastantes días preocupado hasta que la cosa se calmo y enfrió, pero nunca supieron quien lo había hecho, creo que no volvieron a poner ninguna estufa en el taller.

Mi padre se partía de risa cada vez que lo contaba y decía con razón, que tenían que haberle agradecido la limpieza que hizo de la zona alta del taller, que desde entonces parecía otro sin tanta porquería.

Durante todos los años que estuvieron en Bruselas mi padre estuvo trabajando en la misma empresa, hasta que se vinieron a España.