Capitulo noveno

EXPERIENCIAS PROFESIONALES EN BRUSELAS

Mi madre y yo, también encontramos trabajo a los pocos días.

Justo al lado de casa había una gran peletería llamada; María Orleáns, allí nos contrataron a las dos, a mi madre como modista, para hacer todo tipo de prendas de ante y cuero. A mí para forrar botones y abrir y pegar costuras en el cuero y ante.

Pocos días después, me enseñaron también a cortar con los patrones y confeccionaba los forros de las prendas que montaban y me enseñaron á coser en maquinas industriales.

Aprendí a forrar botones de todos los modelos, me enseñaron también como abrir las costuras de la piel o cuero, no se pueden planchar, se abren poniendo un poco de pegamento; tipo cola de contacto a cada lado de la costura y seguidamente, con un dedo de la mano izquierda se va abriendo la costura y con la mano derecha y una maza de hiero pequeña, con unos pequeños golpecitos se aplastan y dejan planos y pegados los dos bordes o lados de la costura, insistiendo hasta notar que se queden pegadas y planas las costuras, ( una rápida y sencilla clase de abrir costuras en el cuero).

Este trabajo me resulto muy pesado y el olor a pegamento de contacto, me producía dolor de cabeza y con los años creo que me producía unas extrañas sensaciones, entre sueño y sopor, pero lo peor era el dolor de cabeza del olor.

Cuando iba a cumplir los seis meses del contrato, me puse a buscar otro trabajo, únicamente para mí, ya que mi madre se encontraba muy a gusto.

Me hicieron una prueba de costura, en un fabrica de muñecas,” Poupes Cady” con lo que sabía era suficiente para hacer los vestiditos y adornar las muñecas y me contrataron enseguida.

Eran unas muñecas preciosas muy típicas, llevaban flores, plumas, puntillas, sombreros, paraguas, perlitas en los pendientes y collares además, en total multitud de adornos.

La presentación era muy elegante, en cajas tipo sombrerera de plástico transparente, y un gran lazo de raso encima dependiendo del color del vestido.

Creo que fue uno de los trabajos más bonitos que he aprendido.

Se vendían en tiendas de regalos y suvenir de toda la zona centro de Bruselas y los alrededores, sobre todo en la zona de la Gran Place.

A menudo teníamos algún compromiso de hacer algún regalo y hacia una muñeca en casa.

Cuando les compraba para hacerla yo en casa, solo me cobraban algo del material y algunos adornos no me los cobraban, regalábamos muñecas en muchas ocasiones, como cumpleaños Reyes y demás, eran unos regalos muy originales y bonitos gustaban mucho siempre y nos salían muy bien de precio.

Lo único malo de este trabajo, es que estaba al otro lado de la ciudad, cerca de la Basílica y tenía que coger dos tranvías.

En Bruselas en esos años los trasportes públicos eran muy deficientes, concretamente los tranvías eran muy antiguos, sin puertas y abiertos por los lados, en invierno después de esperar un buen rato sobre la nieve y el hielo te subías en ellos y aunque solo fuera media hora, ya no entrabas en calor durante toda la mañana, el invierno era demasiado crudo, y no quise pasar el segundo invierno, en las mismas condiciones, con lo que de nuevo me puse a buscar trabajo, cuando volvimos de las vacaciones de verano.

Por unos carteles publicitarios nos enteramos, que Antonio Molina, actuaba en un teatro de Bruselas, en su turne por Europa.

Nos enteramos en que Hotel se alojaba y fuimos a saludarle antes de ir al teatro, como siempre le dio mucha alegría de vernos, no tenía ni idea que estuviéramos allí viviendo y trabajando.

Con Antonio Molina de turne por Europa a su paso por Bruselas y Loli San Martin con su novio.

Con el francés que había estudiado, y lo que había practicado, hice la solicitud y pruebas para unas plazas de dependienta en la Bourse, unos grandes almacenes, tipo Corte Ingles.

Me aceptaron sin problema, y me destinaron a la sección de utensilios de cocina: cacerolas, platos, cubiertos, vasos y demás.

Me encontraba muy a gusto, además también estaba muy cerca de casa y podía ir a comer perfectamente.

Un día el encargado de planta, me llamo a su oficina para hablar conmigo, en un principio me extraño, pensé que era para una bronca por haber hecho algo mal, o quizás no había pasado el periodo de prueba, a medida que hablaba y me explicaba, empezó a hacerme gracia lo que me estaba proponiendo.

Según decía se estaba organizando una promoción en droguería de una nueva marca de jabón de lavadora, que hacía poco había salido al mercado.

La idea era que los clientes se pesarían en una báscula muy sofisticada, que estaban preparando para el evento, la cual recogería sus datos junto con su peso y al cabo de un par de semanas, vendrían unos cantantes muy de moda en aquellos años, llamados “Les Compagnóns de la Chanson”.

También se pesarían, delante de la gente que en esos momentos estuvieran presentes y todos los que la maquina seleccionará y demostrara que pesaban lo mismo que uno de ellos, se les premiaría y entregaría su peso en sacos con jabón de lavadora.

Durante dos semanas estuve pesando a muchísima gente, pero el día que por fin vinieron los artistas a pesarse, fue increíble la cantidad de gente y policías que se acumularon en la planta de droguería.

No era mi planta y mis compañeras no entendieron porque me eligieron a mí, para semejante movida, siendo la ultima en entrar a trabajar y además Española.

Con esto no hice demasiadas amigas, pero no me importo en absoluto.

Debió de ser por mis diecisiete años, metro setenta y cincuenta kilos de peso.

Fueron muchísimos los que habían pasado por la bascula y teniendo en cuenta que los artistas eran cinco, la lista de la maquina fue bastante larga y entregue muchos vales de jabón a la gente que les enviaron la carta para venir a buscarlos.

El grupo fue muy agradable conmigo y nos reímos mucho, cuando tuvieron que pesarse ellos delante de tanta gente, unos querían quitarse los zapatos y los calcetines y hasta la ropa y otros no querían quitarse nada pero la gente se reía muchísimo, con ellos y yo también.

Un par de días después, todo volvió a la normalidad y me encontraba agachada en uno de los stands entre mis cacerolitas, platos y demás, colocando mercancía y a mi lado se pararon unos zapatos y pantalones de hombre, al mirar hacia arriba; cual fue mi sorpresa, al ver que era uno de los cantantes, el más alto y guapo de los cinco.

Me traía una foto que me dedicaba y estaba firmada por todos los demás del grupo.

Me estuvo haciendo un montón de preguntas y me invito para que fuera, acompañada de mis padres naturalmente, a un palco reservado en el teatro que estaban actuando.

Me explico que dejaría las invitaciones en taquilla a mi nombre en dicha invitación estaba incluida la cena, para los cuatro, ya que al terminar vino a cenar con nosotros.

La cena transcurrió bastaste sosa por parte de mis padre, que no entendían nada, aparte de estar chapados a la antigua, su comportamiento fue frio y distante toda la noche.

Mi madre tenían pánico de que me echara un novio en Bélgica y no quisiera volver a España, como había ocurrido con otras familias que conocíamos, por esa razón se comporto muy a su estilo, me hizo sentirme un poco mal, pues en ningún momento se habían pasado ninguno de ellos conmigo, en ningún momento.

Un par de días después, volvió una mañana a los almacenes y me invito a tomar un refresco, en la cafetería del centro comercial, para despedirse, al día siguiente volvían a Francia, que es donde vivían todos.

Ya no les volví a ver más, solo en algún programa de televisión.

Al parecer era el único soltero del grupo y creo que pensó que era mayor de la edad que le dije que tenía, cuando me la pregunto.

El trabajo en los almacenes era muy agradable, pero muy esclavo tenía que trabajar los sábados y el resto de la semana, salía muy tarde por la noche, cosa que no les gustaba a mis padres, y en algunas ocasiones venia mi padre a buscarme a la salida.

Lógicamente empecé de nuevo a buscar trabajo. Pero como siempre lo más cerca de casa posible.

En frente de casa, había un edificio que era una fábrica de pelucas muy importante, “La Maison Philippe” toda la planta baja era una peluquería de señoras para adaptar las pelucas y postizos y otra peluquería más pequeña de caballeros, muchas veces al pasar mirábamos los escaparates tan bonitos que ponían, llenos pelucas, postizos y de moños de las dos cosas juntas.

Un día pusieron un cartel, buscando una peluquera, parecía que lo pusieron para mí directamente.

Como es natural entre a pedir información, me hicieron unas pruebas de peluquería y a los pocos días me llamaron y me contrataron.

Tuve que dar los días obligatorios, en los almacenes, y de nuevo cambie de trabajo.

Fue una pasada, desde mi habitación veía cuando habría la peluquería y solo tenía que cruzar la calle, poco tiempo después, ya me dieron la llave para abrir yo por la mañana.

El trabajo fue muy interesante, me enseñaron a tratar y cuidar las pelucas y postizos, que no tiene nada que ver con el tratamiento del pelo humano de las personas.

Con mis padres

Casi todas las piezas solían ser de pelo natural.El pelo para las pelucas lo solían comprar a los gitanos, en forma de trenzas y para los postizos, lo traían en mazos de unos tres dedos de grosor, de Indonesia y de China.

Lo primero que tenían que hacer era someter el pelo a un tratamiento anti piojos, que era lo que más abundaba.

Enseguida me dieron un cursillo rápido y un montón de información sobre el cuidado que hay tener al tratar con las pelucas y postizos, dado que ese pelo ya no crece y hay que estar muy seguro con el corte y también al peinarlo pues suele enredarse con frecuencia y al desenredar se puede deshacer el nudo de sujeción al armazón y se cae y pierde el pelo, por eso hay que estar muy seguro de lo que haces y tratarlo con mucho cuidado, sobre todo al lavarlo de nunca mojar el nudo de sujeción, ya que al mojarse se suele deshacer y se cae el pelo.

De toda esta experiencia la más delicada y curiosa para mi, fue la del tratamiento de los bisoñés y pelucas de caballero, teniendo en cuenta que en aquellos años, esta fabrica era de las más modernas e importantes de Europa.

Desde un principio me intereso muchísimo; tanto el hacer la primera plantilla del tamaño de la pieza, que siempre era a la medida, tamaño y forma de la calva, la cual teníamos que hacer sobre el cliente, como la posterior, confección de la plantilla, búsqueda del pelo más adecuado al tono y rizo como el del cliente, si era pieza y no peluca completa, después la adaptación al cliente con el corte y peinado a su gusto y posteriormente el mantenimiento y limpieza de la pieza que fuera, peluca o bisoñé.

Para este tipo de trabajos solo se podía hacer con pelo humano y Europeo, ya que este tipo de pelo es mucho mas domable y suave para adaptarle al corte y peinado.

Está claro que el cliente que se ponía un bisoñé y estaba cómodo y contento con el peluquero, no cambiaba de servicio y le tenías muchos años seguros.

La limpieza de los apliques de caballero al tener muy poco pelo, muy cortó y estar anudado sobre una base muy fina y delicada, no se puede lavar con agua ni nada parecido, hay que limpiarlos sumergiéndolos en esencia o gasolina de avión y moviéndolos lo menos posible, casi como una limpieza en seco.

Para ellos teníamos una zona reservada de la peluquería, totalmente privada, para que nadie pudiera ver el proceso de la adaptación y el cambio, que en muchas ocasiones era impresionante.

Quizás esto era lo que más me gustaba, aparte de las propinas que muchas veces, cuando el trabajo estaba muy logrado y el cliente salía muy contento, la propina era proporcional a la satisfacción del cliente y solía alegrarme el día y la semana.

El taller estaba en la primera planta y la escalera dentro del local. Tenía mucho contacto con el taller y solía subir muy a menudo, sobre todo para hablar con Marc, que era el responsable del laboratorio y el que teñía el pelo para hacer los encargos.

Los más delicados eran los de pelo canoso, aparte de conseguir el color del pelo del cliente de fondo, había que calcular el porcentaje de canas en la mezcla.

Marc era un Flaman de unos veinticinco años, muy alto, rubio con ojos azules y encantador conmigo, cosa que me resultaba fenomenal para mis encargos, como era de esperar salimos en varias ocasiones. Cosa que no gusto nada al encargado de taller, que también se me insinuaba muy a menudo para salir conmigo y nunca acepte, era un italiano moreno y muy guapo también pero demasiado celoso, y con muy mal genio. Nunca salí con el

Cuando no había encargos de peluquería subía, al taller para ayudar en lo que fuera necesario, siempre había más ambiente y aprendí un montón de cosas, como a pasar la carda, montar el pelo para un postizo, a hacer los nudos con el pelo en el armazón de la peluca y como lavar las pelucas y los postizos de señoras y sobre todo, los postizos y pelucas de caballero.

Todas estas experiencias me servirían muchísimo a mi vuelta a Madrid.

La siguiente en cambiar de trabajo fue mi madre, empezó a buscar y enseguida encontró.

Cosía muy bien y ya dominaba perfectamente las maquinas industriales de costura.

Se colocó en un taller de de alta costura llamado “Haute Coutüre Divinne.

Toda la confección que hacían era dentro del Pret a Porte, muy cara y elegante, para casas de moda de toda Europa.

A mi madre enseguida la pusieron entre las mejores modistas y solía hacer los nuevos modelos de los desfiles y también cambios en los que no tenían salida por algún problema y buscaban adaptaciones para darles salida, de otra manera y con otros adornos.

La peluquería donde yo trabajaba estaba muy cerca de su trabajo.

Muy a menudo yo me acercaba a comer con ella en el taller, todo lo teníamos muy cerca de casa y muy cómodo para desplazarnos, sobre todo yo, que estaba enfrente.

También trabajaba allí mi amiga Matilde, me la presento uno de los días que fui a comer con ella y quedamos para salir de paseo en algunas ocasiones y también para ir al cine, también ya se quedaría a dormir en mi casa, algunos días.

Los domingos solía ir a alguna discoteca con mis padres, al no tener 18 años no me dejaban entrar sola, por eso casi siempre tenía que ir con ellos.

En las discotecas que solíamos ir, tenía algunos amigos que se alegraban al verme, pero cuando bailaba mucho con los mismos chicos, mis padres enseguida cambiaban de discoteca, para que no hiciera demasiada amistad con nadie.

Muchos domingos también solíamos ir a Malines, que era un pueblecito cerca de Bruselas, donde había una gran cantidad de españoles y casi siempre había una fiestecita en casa de alguien.

Allí mi madre estaba muy tranquila porque no había nadie de mi edad, que me gustara, de quien me pudiera enamorar y luego no quisiera volverme a España, como solía pasar a menudo, al casarse los hijos y quedarse allí para siempre.